Terrores nocturnos

sábado, 15 de marzo de 2014

Pedro Alonso López. El monstruo de los Andes




Uno de los asesinos más sanguinarios que circuló por Colombia, Ecuador y Peru. Se estima que asesino a más de 300  niñas y jóvenes. 110 en Ecuador, 100 en Colombia, y más de 100 en Perú.

Su padre fue miembro del partido conservador de Colombia, se llamaba Magdaro. Murió al encontrarse en medio de un tiroteo, cuando Pedro solo tenía 6 meses de vida.
Belinda López, su madre, se encontró sola al cargo de 7 hijos. Su trabajo como prostituta hizo que su prole aumentara a un total de 13 hijos, acrecentando su hambruna y pobreza.
Todos los hermanos dormían en una sola cama. La otra habitación que había en la casa era la que usaba Belinda para llevar a sus clientes; con lo cual su profesión no pasaba desapercibida para sus hijos.
A la edad de 9 años intentó mantener relaciones sexuales con su hermana menor. La madre interrumpió la escena cuando le tocaba los pechos. Esta horrorizada expulsó a su hijo de casa, años más tarde desmentiría está acusación.
A tan corta edad deambulaba solo por calles violentas y desnutridas. En aquel momento las muertes eran el pan de cada día, era un momento muy tormentoso en el país, las continuos brotes d violencia se disparaban por cualquier motivo. La criminalidad se disparaba y Pedro era un testigo inocente de ello.
Mal vivía en las frías calles cuando un hombre se le acercó para ofreciéndole comida y un lecho calido donde dormir. Ingenuo y esperando que su suerte cambiara acepto sin miramientos. Lo que no sabía es que ese hombre que le tendía la mano era un pedófilo en plena caza.
Se lo llevó a un edificio abandonado donde lo violó repetidas veces y después lo abandono a su suerte. Este oscuro episodio hizo mella en su ser. El mismo confesó que después de ese día deseaba que todo el mundo sufriera su mismo tormento.
En las calles se convirtió en un niño desconfiado y agresivo. Aprendió a sobrevivir a través de los gamines (niños que viven en la calle). La violencia entre ellos nada envidiaba a la de los adultos. Peleas con cuchillo, robo de comida, vandalismo, atracos, etc. Haría cualquier cosa por sobrevivir.
Unos ancianos estadounidenses vieron a Pedro, que ya contaba con 9 años y se apiadaron de su infortunio. Invitaron a Pedro a vivir con ellos. Después de la desventura que había sufrido fue muy receloso, pero finalmente aceptó.
Durante 3 largos años, la vida de Pedro era todo lo que un niño necesitaba tener, un lecho donde dormir, comida caliente, asistía al colegio y recibía la atención de unos padres cariñosos.
Sin embargo la mala fortuna se cernía sobre el futuro de Pedro. Un día de colegio los alumnos ya se habían marchado a sus casas cuando el profesor pidió a Pedro que se quedara un poco más. Se aprovechó sexualmente del pobre niño.
Con 12 años escapó abandonando la comodidad de su nuevo hogar. No quería volver a pasar por aquel infierno, no quería volver a sufrir aquellas humillaciones.
Volvió a las calles cometiendo pequeños hurtos que no le valieron para entrar en la cárcel pero si para que la policía le propinara una paliza. Esta surte cambio con 21 años, cuando lo atraparon por convertirse en un hábil ladrón de coches.
Dentro de la prisión volvió a ser violado por los reclusos, aquello de lo que había huido a los 12 años volvía a repetirse. Esta vez no era un niño y se vengo cortándole el cuello a uno de sus violadores.
Fue la primera vez que sintió como la vida escapaba de los ojos de un ser humano y se deleitó con ello.
Al salir de la cárcel se convirtió en un vagabundo sin rumbo. No tardó en fijarse en las niñas y en las jóvenes indígenas que andaban por las calles sin vigilancia, fantaseo con matarlas; hasta que esas fantasías se convirtieron en realidad.
Comenzó la matanza en Perú, allí sembró 100 cadáveres de jóvenes indígenas a las que mató y violó.
Sus victimas eras niñas de condición humilde y de raza indígena. Atacaba a los menos desfavorecidos ya que sus familias no podías costearse una investigación. Vigilaba y perseguía a sus victimas durante días y cuando estaban solas aprovechaban para llevárselas con malas excusas ganándose la confianza de las pequeñas.
Anhelaba secuestrar a niñas de raza blanca, pero podría traerle complicaciones. Los padres rara vez se alejaban de la niña lo suficiente para que el pudiera intervenir, además muchos tenían poder económico, podían movilizar a la policía y a los medios en su contra.
Mataba a las niñas al amanecer, cuando el sol golpeaba con sus primeros rayos, observaba a la niña fijamente mientras la estrangulaba y cuando el sol brillaba resplandeciente, era el momento en que las niñas expiraban. Un acto de poesía morbosa.
Las enterraba todas juntas, en fosas comunes, pues si no sus muñequitas (como él las llamaba) se aburrían si estaban solas.
En Perú intentó abusar de una niña de 9 años, fue interceptado por los indios Ayacuchos. Lo torturaron durante horas y  lo enterraron hasta el cuello, le untaron la cabeza de miel para que las hormigas lo devoraran; una muerte lenta y terrible.
Una misionera que pasaba por la zona dialogó con los indios para que lo soltaran y lo llevaran ante las autoridades. El final de este suceso tiene dos partes, la de Pedro que dice que la mujer lo abandonó en la frontera de Colombia y el de la mujer que afirma haberlo entregado a las autoridades.
Al investigar la entrega a las autoridades, nos encontramos con que la policía de Perú no quería invertir dinero en saber si ese extranjero era realmente un asesino o no, lo más fácil era deportarlo a Ecuador.
La desaparición de una niña indígena llamó la atención de los criminales. Como indicamos un poco más arriba, Pedro se fijaba en que la niña fuera indígena por su clase social baja, sin embargo esta vez se equivocó. Los padres de la niña de clase media, movilizo a la policía.
Fue a partir de este momento que empezaron a ver las desapariciones como un suceso de gravedad. Hicieron varias hipótesis, una de las más barajadas era el comercio sexual de menores.
Con la llegada de las lluvias, aparecieron las riadas y las inundaciones; la tierra removida dejó al descubierto cuatro cadáveres. Claramente había un asesino en la comunidad, sin embargo, no se llegó a descubrir nada más. La investigación quedó paralizada.
Pedro no se asustó ante la aparición de sus muñecas, es más, deseaba aumentarla. Fue a un supermercado, no a comprar si no a secuestrar. Allí se encontraba Carvina Poveda que estaba comprando con su hija Marie, una niña que no pasó desapercibida para Pedro. Una vez más, como tantas otras, intentó llevarse a la niña. La madre que estaba atenta, gritó socorro mientras corría detrás de él. Pedro no era un gran deportista y había mucha gente en aquel supermercado, no tubo oportunidad de escapar.
Cuando lo entregaron a la policía el hombre decía incoherencias, pensaban que era un loco. En el interrogatorio confeso la muerte de más de 200 jóvenes. En un principio lo tomaron por un charlatán con ganas de saltar a la fama.
Al ver que su público no lo creía, se ofreció a llevarles a sus fosas comunes. En una de ellas se encontraron 53 cadáveres. Cierto es que muchas de las fosas estaban vacías, los investigadores lo achacaron a las inundaciones y a los animales que merodean la zona.
En ese momento se le empieza a tener en cuenta y su fama eclipsa los medios públicos. Varios profesionales criminólogos hacen colas para poder entrevistarse con él. Programas de televisión y documentales hablan de su vida. Lo presentan como el Monstruo de los Andes.
Pese a la gravedad de sus delitos, la condena máxima en Ecuador es de 16 años de cárcel. La indignación por parte de familiares y del pueblo era notoria. Con apenas 14 años de cárcel el monstruo volvía a ser libre.
Las autoridades guardaban un as en la manga, en cuanto Pedro tocó suelo ecuatoriano fue detenido por inmigrante ilegal y fue exportado a Colombia donde le esperaba una celda.
Poco tiempo estuvo en la cárcel, debido a su salud mental lo internaron en un sanatorio.  Lo diagnosticado como una persona peligrosa que volvería a matar en cuanto tuviera ocasión. Los criminólogos lo tachaban de un asesino Hedonista, lo que mataba no era a la niña, sino la inocencia, la misma que le arrebataron a tierna edad. Tenía un deseo necrófilo disfrutaba viendo como las vidas de las niñas se extinguían, ese momento era su máximo placer.
Pese a todos los diagnósticos desfavorecedores fue  liberado con la única obligación de presentarse una vez al mes en el sanatorio. No volvieron a verlo en aquel lugar desde el día que lo abandonó.
Los familiares con sed de venganza pusieron precio a su cabeza.
La última vez que alguien lo vio, fue su madre. Después de muchos años volvió a su hogar; su asustada madre pensó que venia a matarla. Muy lejos de esas intenciones, Pedro solo deseaba dos cosas: dinero y una bendición maternal.
La Interpol lo declaró en búsqueda y captura. Caía sobre él la sospechosa de los asesinatos de El espiral.
A día de hoy nadie sabe donde esta, ni si sigue vivo.